La traza de un camino es el resultado de la interacción de factores históricos diversos con las características físicas del territorio (no es lo mismo atravesar un bosque cerrado, una cumbrera, una vaguada, un llano…). Vamos a intentar hacernos una idea del origen de estos caminos.
Emprender un viaje y adentrarse en bosques cerrados y sombríos, valles profundos, donde no se sabe lo que puede acontecer, ni lo que verdaderamente encierran, sería una tarea muy arriesgada a la que debían someterse con frecuencia nuestros antepasados.
Eran tiempos en los que los mapas y las brújulas estaban reservados a grandes expedicionarios, pero no por ello las necesidades de moverse eran menores. Desde la prehistoria necesitaban establecer vías para aprovisionarse de sílex con que fabricar las herramientas o para perseguir a sus presas, después vino el pastoreo y la agricultura, caminos entre aldeas para acarrear heno, helecho, manzanas… Surgió el comercio, rutas para el transporte de lanas, vino, trigo de Castilla hacia Europa y a la vuelta paños desde Flandes… Se desarrolló la industria o protoindustria, caminos carriles para llevar la vena a las ferrerías, los aperos y las armas, grano para los molinos y, en un ámbito más local, caminos para acudir a las ferias, ir a la escuela, a la iglesia o al cementerio….y así hasta nuestros días.
Ahora bien, cómo conseguirían estos viajeros orientarse y conocer las rutas? Sin duda alguna, para no perderse, lo más sencillo sería seguir los pasos de otros, el terreno pisoteado y sin vegetación, las huellas de los caballos… Es así como debemos imaginarnos que, poco a poco, se fue tejiendo esa malla extensa de calzadas, caminos reales, caminos carriles, carretiles (burdibideak), caminos sacramentales (andabideak) y sendas que hoy conocemos como caminos antiguos.
En un principio eran más fiables las rutas a cierta altura, por lo menos desde una cota elevada se domina mejor el paisaje, y, por tanto, se podían orientar mejor para bajar a los puntos de destino y huir ante un peligro en una dirección conocida. Todavía perdura un primitivo temor. Pero ya desde la Edad Media se conquista el fondo del valle, con la nueva concepción mercantil, el surgimiento de las villas como lugares de posta, descanso, carga y seguridad. Este triunfo acaba por consolidarse ya en la Edad Moderna. Fue necesario ensanchar los antiguos senderos destinados al tránsito de gentes y ganado vacuno, construyendo los caminos de recuas, abiertos a pico de martillo en los peñascales, siguiendo con frecuencia su trazado las orillas de los ríos y arroyos.
El gran salto cualitativo es la idea de la velocidad que, con retraso con respecto a otros países, no nos llega hasta el siglo XVIII. Hay que esperar hasta el XIX para apreciar su repercusión sobre los caminos. En estos años, la irrupción de la diligencia, que basa su éxito en la rapidez y la regularidad, inaugura una nueva era en las comunicaciones que se extiende hasta nuestros días.
Los usos de los caminos
Es inevitable la controversia: se pueden usar unos caminos tradicionales-rurales que surgieron en el ámbito del vecindario, la barriada, que se construyeron en trabajo comunitario entre los vecinos (“auzolan”, decimos en Euskal Herria) hace cientos de años y que daban servicio a un colectivo reducido y para unos usos concretos del medio rural, agropecuarios y de relación social…, se pueden usar, nos preguntamos, indiscriminadamente?
La pregunta encierra una cuestión, “la cuestión”, clave para la definitiva recuperación de los caminos rurales-tradicionales. Eso que los centroeuropeos han resuelto con la sabiduría que encierra el “no molestar, no estropear” que, repito, ya lo decía nuestro viejo fuero.
Analicémoslo bien antes de dar nuestra respuesta: la Ley 33/2003 del Patrimonio de las Administraciones Públicas, artículo 85; el texto refundido de la Ley del Patrimonio de Euskadi (decreto 2/2007) e incluso algunas ordenanzas municipales o planeamientos urbanísticos, caracterizan los tipos de usos de los caminos, entre los que destacamos los siguientes “Usos Comunes” por ser los más representativos:
- Uso común característico, son aquellos relacionados con la actividad por la que se originaron; agropecuaria y comunicación entre caseríos dispersos, núcleos rurales, etc.
- Uso común no característico, en el que englobamos todas aquellas modalidades de uso que, sin ser característicos en origen, son compatibles con estos por no significar ningún tipo de menoscabo. Los más habituales son el senderismo, las bicicletas de montaña y las cabalgadas.
- Uso especial, que es todo aquel que, por concurrencia de peligrosidad, intensidad o circunstancia especial, suponga restricción efectiva del uso común característico y no característico. Es decir y por ser prácticos, el motorizado en general.
Habría otra modalidad de “uso privativo”, pero que ahora no nos aporta nada al objeto de este artículo.
El uso especial es el que requiere inexorablemente del control de la administración local, esta vez sí necesariamente a través de una ordenanza de usos que incluya, entre otras cosas, la vigilancia.
Así y sólo así, se hace comprensible la respuesta que damos a la controversia planteada: Viejos Caminos, Nuevos Usos. Sí, pero no de cualquier manera. Con la regulación de los nuevos usos .Y sin querer pecar de ingenuos, podemos poner el foco sobre las intangibles bondades del contacto humano entre la población rural y urbana en sus distintas realidades y etapas de la vida.
Como recuperar un camino
Empecemos por lo importante ¿Qué es un camino público? Para hacer una definición física y administrativa al mismo tiempo, solo podemos decir sin temor a equivocarnos que un camino público es toda aquella vía que no es una carretera foral y que no es privada (con o sin servidumbre).
Cuando hablamos de “recuperar” significa devolver a su estado original un bien, en este caso un camino tradicional, que ha sido sustraído, despojado, invadido, cerrado, indebidamente apropiado, alterado,…, y que, con mayor o menor mala fe de quien lo haya hecho, puede provocar su desaparición por falta de uso, abandono y olvido.
Ahora bien, tenemos un factor clave, determinante a la hora de recuperar un camino tradicional público abandonado o despojado: los caminos públicos son imprescriptibles, inembargables e inalienables. Su imprescriptibilidad (públicos para siempre) nos permite recuperarlos en cualquier momento y circunstancia; eso sí, debemos hacerlo escrupulosamente bien, siguiendo en fondo y forma el procedimiento que para ello existe.
El primer error que habitualmente se comete es acudir inmediatamente a los tribunales de la justicia civil, con todo lo que ello supone de procuradores, abogados, gastos de proceso y el desgaste personal, familiar y colectivo que ocasiona, siempre distorsionando la naturaleza del conflicto supeditada a las estrategias de los abogados que buscan que su cliente gane “como sea” y poco más,…, y todo para acabar con alguna cabriola jurídica que reducirá de manera indolente a una sentencia técnica un problema de naturaleza tan delicada y compleja que no dejará satisfecha a ninguna de las partes.
El ámbito de los caminos y sus múltiples afecciones provoca una enorme conflictividad judicial, perdiéndose los letrados en un laberinto de enfoques desorientados por sus parciales estrategias, de deslindes y otras acciones técnicas que no abordan el nudo gordiano del asunto: la titularidad. Es un hecho constatable que por lo general las sensibilidades de letrados y magistrados con el mundo rural suelen ser, cuando menos, confusas y carentes de la idiosincrasia tan compleja y a la vez primaria que las define. Este es un juicio de valor muy personal consecuencia de muchos años de trato y estudio de los contenciosos del ámbito rural. Supongo que no lo compartirá gran parte del cuerpo de la judicatura, pero merecerá la pena su cita si consigue contribuir un poquito a que jueces y letrados se preocupen un poco más de crear la lupa específica con la que analizar las cuestiones del ámbito rural, en el que la amalgama de leyes consuetudinarias, civiles y administrativas nos marcan un terreno de juego muy peculiar.
La vía administrativa con todos los instrumentos de que dispone y de los que más adelante daremos detalle (expedientes de investigación, recuperación, inventarios, catastro, registro, planes generales y otros) es la clave, la primera vía a explorar y a agotar. La competencia de los caminos públicos es de los ayuntamientos y es ahí donde debemos tratar de consolidar la titularidad de un camino antes de entrar en otras vías judiciales. Por tanto, si el conflicto, bien sea de uso, de propiedad o de recuperación, es sobre un camino público, deberá ser el ayuntamiento quien lo defienda y, en su caso, lo recupere, no pudiéndose desentender.
Para facilitar la labor del ayuntamiento es muy importante toda la documentación relativa a la cartografía (cuanto más antigua mejor), planos antiguos y otras referencias gráficas como el catastro, fotografías aéreas de vuelos de mediados del siglo XX, secuencias de ortofotos, escrituras y otros documentos escritos y, muy importante, testimonios vivos de vecinos y usuarios que den fe de lo reclamado, con la credibilidad que supone la diversidad entre ellos y su edad.
Si el ayuntamiento considera que el camino en cuestión es privado y no se comparte tal consideración, se podrá impugnar vía contencioso administrativo o bien acudir a la vía civil. Los ayuntamientos no deben intervenir en caminos privados, no son su competencia ni aún en el caso de que surja un conflicto de servidumbres (un camino privado no deja de serlo por el hecho de tener una servidumbre de paso o del tipo que sea)
Y qué ocurre cuando el ayuntamiento considera que un camino invadido o cerrado es público? Pues que ante tal demanda o, si no la hubiere, de oficio, el ayuntamiento deberá proceder a su “recuperación”.
El objeto de este artículo no es tanto desgranar este procedimiento muy técnico y garantista que normalmente lo manejan muy bien los/as secretarios/as municipales, sino orientar a todos aquellos que sufren la invasión y el cierre de un camino tradicional-rural ante el desánimo que supone el panorama de la vía judicial civil. Ya sabemos que es más trabajo para los ayuntamientos, pero el patrimonio viario es uno más del conjunto de bienes públicos (inmueble en este caso) con gran carga cultural y en uso, con un enorme potencial que no podemos hacer dejación de ellos.
No obstante, aquí exponemos, esquemáticamente formulados, los pasos técnicos de la recuperación de oficio que hay que seguir para recuperar un camino público (recogido en la Ley de Administración Local y en el Reglamento de Bienes de Entidades Locales):
- Instruir el procedimiento con un acto administrativo, notificando al particular que perturba la posesión pública del camino.
- Prueba de posesión pública del camino, así como de haber sido despojado de la misma. La posesión ha de probarse por cualquier medio de prueba admisible en derecho, como son el Inventario de Bienes, Registro de la Propiedad, Catastro o Dictamen Histórico-Geográfico que por su contenido y rigor sea considerado como un “título” más en los casos que se demuestre la existencia inmemorial del camino.
- Dar audiencia a todos los interesados para que el proceso sea garantista y puedan presentar sus alegaciones a favor del despojo ejercitado. Atención a este punto porque su incumplimiento anularía todo el proceso.
- Dictamen previo del secretario/a y resolución del órgano competente de la administración que ordenará el cese del despojo y se notificará a los interesados.
- Si el que ocasionara la perturbación no cumple voluntariamente la orden dictada, se da una ejecución forzosa de la resolución. En la ejecución forzosa, la administración titular pone en funcionamiento los medios técnicos y humanos para recuperar el bien (quitar un cierre, una valla o cualquier impedimento del camino) siempre con la proporcionalidad debida y advirtiendo con tiempo, al perturbador, de la ejecución.
Como conclusión a este capítulo podemos decir que la fórmula óptima para defender y en su caso recuperar un camino público es la vía administrativa. Prepararnos bien, documentando, inventariando, registrando en el catastro, etc., para que en el caso de tener que acudir a la jurisdicción civil, lo hagamos con ciertas garantías y sobre todo disuadamos de tener que hacerlo por la contundencia de las pruebas administrativas.
Protejamos este patrimonio viario
En resumen, los caminos tradicionales-rurales deben estar bien inventariados, actualizados en los ayuntamientos y debidamente regulados mediante una ordenanza de usos desarrollada que contemple todos los casos posibles.
Son bienes inmuebles importantes y muchos de ellos deben considerarse por su valor histórico, características constructivas y elementos conservados, como bienes culturales que deberían gozar de tal consideración, estar catalogados y protegidos para evitar las fechorías que se cometen en la impunidad de un medio poco o nada vigilado y que acaban con vestigios tan sensibles como calzadas, puentes, muretes, mojones y demás elementos propios del camino, por no citar sus usos como patrimonio inmaterial igual de interesante al menos para conocer.
Un mensaje para las dos caras de una misma moneda. A los senderistas, baserritarras y habitantes del medio rural, por un lado, y a los técnicos, administrativos, mandatarios locales y cuerpo jurídico, por otro: el gran problema, el enorme riesgo en estos momentos cruciales para la recuperación de estos caminos tradicionales que aún conocen nuestros mayores, no es la invasión de nuevos propietarios con sus conceptos de privacidad; ni los cierres con alambradas y puertas de ganaderos y forestalistas; ni los nuevos usos de senderistas, etc., o el cambio de trazados originales; todo esto sería muy fácil de ordenar y superar si la actitud de los responsables de las administraciones locales (ayuntamientos) fuera más activa por la defensa del patrimonio viario público y se le diera a esta vía administrativa la prioridad jurídica que le corresponde en cuestión de caminos. La herramienta? Muy sencillo: el inventario de caminos públicos actualizado.
Aclarando un aspecto muy importante para todos los ayuntamientos, que temen inventariar todos sus caminos por las consecuencias que ello supone: si bien es cierto que la ley dice que son los responsables de los caminos, no es menos cierto que ésta es la causa por la que muchos ayuntamientos eluden, con estrategias peregrinas, asumir la titularidad de los caminos tradicionales-rurales. Seamos sensatos y no confundamos la responsabilidad de su conservación con la obligatoriedad de tener todos los caminos en perfecto estado de conservación. Es cuestión de aplicar los mismos criterios de proporcionalidad, de prioridad y de sentido común que se aplican en otros ámbitos de la administración, a la hora de planificar inversiones públicas. Sin que ello suponga en ningún caso la dejación de la titularidad pública de estos caminos.
Así, contribuiremos todos a conservar ese inmenso patrimonio viario y cultural de carácter inmemorial, que ha vertebrado en forma de red (malla) el territorio vasco en todas sus escalas, desde la noche de los tiempos y sobre el que configuramos esos maravillosos recorridos, “Ibilbideak”, que puntualmente nos sugiere la revista Euskal Herria.
Tipos de caminos
- Caminos reales ”Erregebideak”
Eran los de mayor rango. Su anchura varía según la época y usos pero nos quedamos con los 14 pies (3,92 m) que tienen en el siglo XVIII, dando una idea de su importancia. Son las arterias de comunicación de la época, las que permiten el nacimiento de un comercio y movimiento de población constante. Equivalen a las carreteras principales de hoy día ¿errege-bide = errepide?. Son, por lo general, encalzadas y su protección, conservación y mantenimiento es específica del rey.
El cuidado y preparación de los tránsitos reales es uno de los temas que más aparecen en la documentación antigua, con toda la parafernalia de preparativos, tamboriles, danzas y arreglos que ello conlleva. Se conservan Cartas Reales desde 1500, enviadas al Corregidor y éste a su vez a las villas y anteiglesias, con el mandato de reparar calzadas y caminos.
Felipe el Hermoso instaurará el servicio de postas y correo, que debía unir el lugar de residencia de la Corte con las principales ciudades europeas a través de los caminos reales, permitiendo cambiar de caballería aproximadamente cada dos leguas (existieron 30 postas de Madrid a Bilbao) y acelerar así notablemente el servicio de correo y los viajes rápidos.
Estos caminos reales comunicaban los municipios entre sí y se puede decir que todo camino principal lo era. Gran parte de ellos quedaron amortizados bajo las nuevas carreteras, pero quedan varios bien conservados porque los nuevos trazados los ignoraron por completo, como sucede, por ejemplo, entre las villas portuarias de Lekeitio y Ondarroa, cuyo camino real conserva intacto su trazado original por la vieja calzada de Mendexa y Asterrika.
- Caminos carretiles “burdibideak“
Llámense caminos carretiles los usados por los pueblos para transportar abonos, cultivos, explotar montes y comunicar caserío. A estos se les daba una anchura aproximada de siete pies (1,96 m). A finales de la Edad Media, el carro no se había generalizado todavía. Se seguía confiando a los animales de carga, burro o mulas la mayor parte del transporte terrestre y, salvo los enfermos, las personas no usaban vehículo alguno para trasladarse.
Parece ser que el carro no produjo ningún problema significativo en las vías hasta que apareció la llanta de hierro. Al principio el carro era bajo con ruedas de madera sin llanta herrada y servía para labores agrícolas y domésticas. Después, desde el siglo XVI-XVII, se fue reforzando cada vez con más hierro, haciendo las llantas más estrechas y cortantes. Resulta bastante común hoy en día observar las huellas (lerak), como raíles, dejadas en las calzadas por el paso de los carros.
La solución a este problema no era nada fácil, teniendo en cuenta que con las ruedas herradas los carros se podían cargar mucho más y, por tanto, resultaba difícil convencer a los transportistas y comerciantes para que no los utilizaran. Comienzan los conflictos, se colocan pontones y ya desde el siglo XVI se establecen decretos para que los carros de mercancías transiten por los caminos carriles, dejando las calzadas para otros tránsitos que no perjudicasen su empedrado. Hay que pensar, por ejemplo, en todos los viajes que se harían con la vena para las ferrerías.
Era muy común que junto a la caja del camino carretil y a una cota más elevada, excavada en su talud, se situara la estarta o camino estrecho por donde circulaba el peatón, para no tener que hacerlo por el firme embarrado por el paso de los animales.
Podemos considerar a estos caminos como el gran tesoro para el senderismo. Son los caminos de aproximación a las barriadas de montaña; de los caseríos más dispersos; del acceso a los montes comunales y bosques; a los parajes más bellos de la geografía vasca. Esta es la inmensa red de caminos rurales que, en forma de red o malla, vertebran un territorio humanizado, en armonía con la naturaleza, con la sabiduría con la que nuestros antepasados supieron tratar el territorio y que hoy nos dejan tanta cultura ambiental ejemplar y digna de conservación.
- Sendas, caminos de herradura “bidezidorrak“
Tenían una anchura o latitud de cuatro pies (1,12 m) y se utilizaban para el tránsito a pie o de caballerías. Su arreglo, al igual que en el caso de caminos carretiles y funerarios, estaba al cuidado del vecindario, que los reparaba periódicamente en régimen de trabajo vecinal, auzolana; es decir, la comunidad contribuía en una fecha prevista al mantenimiento y limpieza de estas vías proporcionando el ayuntamiento vino para los trabajadores.
Personas, mulas, caballos, incluso asnos se cargaban al máximo, transportando alforjas de grano, harina y otras mercancías. La normativa tenía en cuenta que, aunque estrechos, estos caminos debían estar libres de estorbos hasta la altura correspondiente al jinete montado en el caballo, podando árboles o eliminando todo aquello que pudiera molestar.
- Caminos funerarios “Andabideak”
Caminos de “Andak”, se les conoce también como “Elizbideak” o caminos de la iglesia; “Gorpuzbideak”, o caminos del cuerpo; “Guruzbideak”, caminos de la Cruz; “Hilbideak”, caminos mortuorios en Iparralde.
Este tipo de camino nos fascina por reunir precisamente toda la esencia del origen y concepción de la red de caminos públicos de Euskal Herria, siendo al mismo tiempo un modelo común y universal a muchas culturas rurales tan distintas y distantes como la catalana o la china tradicional. Son los caminos funerarios, que se utilizaron hasta recientes fechas para llevar el cuerpo del difunto desde el caserío hasta la iglesia, primero, y a la sepultura, finalmente. Es el vínculo eterno entre “la casa” y todos sus moradores desde su principio, y han sido considerados por todo el vecindario sin excepción como “sagrados”. “Gurutze pasatzen dan lekutik, sordana sortzen da”: fórmula consuetudinaria que refleja el respeto colectivo que suponía (“por donde pasa la Cruz se crea el derecho”, en referencia al camino).
Fijaos en la ilustración de Zerain en la que el cortejo fúnebre discurre por el “Andabide” antiguo, despreciando la calzada nueva. El vínculo no se rompe.
Así, pues, cierro este capítulo destacando que hay cientos de libros y ensayos dedicados a los “Grandes Caminos”, a las calzadas romanas, a los “Caminos Reales”, las cañadas, vías pecuarias y tantos otros que evolucionaron hacia lo que hoy son las carreteras. Por utilizar un término metafórico, “los Caminos Vencedores”. En este dossier he querido poner el foco en todos esos otros Caminos “menores”, que son los que más pisaron nuestros antepasados, en los que más trabajaron permanentemente y los que han llegado hasta nuestros días precisamente por su labor y por su respeto.
Ilustraciones: Imanol Larrinaga